miércoles, 8 de septiembre de 2010

Objetores de conciencia

Viernes 7 de Septiembre de 2007

AMALIO (MAYITO) SOLANO

Hurgando en mi archivo de las páginas de los periódicos, me llamó la atención el artículo escrito por Phillip Watts, titulado “Hablan los soldados”. Recordé entonces a ese muchacho nicaragüense que se enfiló en el ejército estadounidense. Pués bien, esta persona estuvo durante tres años sirviendo, luego ingresó en la Guardia Nacional de la Florida, esperanzado de recibir una buena remuneración para pagar sus estudios en la universidad.

Se trata de Camilo Mejía, quien con sus esperanzas de ser un profesional, se sintió orgulloso de prestar el servicio militar en los Estados Unidos, pero ese orgullo se mezcló con la tristeza que no podían ocultar sus ojos, y sin desobedecer acudió cuando lo llamaron para que integrara la fuerza que iría a Irak. Allí estuvo durante seis meses en esa guerra que todavía no se vislumbra su fín.

Un día cualquiera, Camilo decidió no permanecer más allí y dijo: “ya basta”. Y cuando obtuvo el permiso para regresar a los Estados Unidos, sin pensarlo dos veces se negó a volver a Irak, y vivió en Nueva York y Boston de manera clandestina. Cuando se cansó de vivir así, tuvo el valor de anunciar que no volvería a participar en la guerra y que no sería más instrumento de la violencia. Y prosiguió diciendo “he decidido que no estoy de acuerdo con esta guerra, que es una guerra inmoral. El pretexto de esta guerra es el dinero y ningún soldado debe dar la vida por el petróleo”.
Luego dijo: “Considero que esa guerra es injusta, inmoral, e ilegal”. Y sin dejar de hablar añadió: “Los pretextos son mentiras. No hay armas de destrucción masiva ni lazos al terrorismo. Es cuestión de petróleo, contrato de reconstrucción y control del Medio Oriente”.

Al darse cuenta de las consecuencias de la guerra, decidió cambiar, porque “el miedo a la muerte convierte a los soldados en una máquina asesina” y además que “para los comandantes, proteger a las tropas no tiene ningún sentido”. Camilo vive como muchos otros soldados con esos recuerdos de haber visto como arrastraban a un iraquí por los hombros en su propio charco de sangre; de ver como su amigo le dio un tiro a un joven y de cómo un arma automática decapitaba a una persona.

Camilo Mejía, entendió que existe una diferencia entre el deber militar y la obligación moral. Y por defender sus principios decidió reafirmar su humanidad, como él mismo lo expresó. Fue preso, pero tuvo la valentía de ser honesto con él mismo.
En otro artículo publicado por Dan Froseh, cita el caso de un soldado del que se reservó el nombre y quien estuvo en las Fuerzas Especiales durante cuatro meses. Este soldado se declaró objetor de conciencia al mirar tantas personas muertas de los dos bandos y tanta destrucción. En su declaración dijo: “Nos entrenaban a pensar de que son seres inferiores”. Y llegó a preguntarse si la persona que acababa de matar hubiera sido su amigo.

Otro de los soldados entrevistado que se negó a pelear en Irak fue Stephen Funk, y prefirió ir a la cárcel militar en Carolina del Norte. Contaba este joven en el 2003, con 20 años de edad. Antes de ir preso y estando en la Infantería de Marina dijo: “Soy objetor de conciencia porque no puedo seguir siendo Marine sin perder toda mi dignidad”. Luego agregó que no sacrificaría su dignidad ni abandonaría su creencia. “No voy a matar”, dijo. Y estuvo seis meses preso.

Jeremy Hinsman también dijo que “esta guerra es una empresa criminal, un “fraude”; porque “las armas de destrucción masiva nunca las hubo”, y pidió que lo declararan objetor de conciencia cuando quisieron enviarlo a Afganistán después de lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001, este pedido le valió un “castigo ejemplar” y durante ocho meses tuvo que lavar platos en un comedor militar. Allí trabajó de 12 a 16 horas, todos los días.

Cuando lo enviaron a Afganistán se llevó a su esposa y a su hijo. Estando allì quisieron enviarlo luego a Irak y es entonces cuando decidió irse a Canadá. En una entrevista que le realizaron, Jeremy dijo que cuando le preguntaban “¿Que hace crecer el pasto?” tenían que responder “la sangre, la sangre roja brillante”. También dijo que lo entrenaban para despreciar a las mujeres, al enemigo, y a convertirlo en objeto y olvidar su humanidad.

Aunque no lo declararon objetor de conciencia, para el ejército es un desertor. Pero a Jeremy Hinzman no le dio vergüenza hacer lo que no le pareció justo. Fue el primero que se fue a Canadá y pidió asilo por oponerse a la guerra, a ese infierno que creó Bush.

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