viernes, 18 de junio de 2010

!ORINOCO PLENO, ORINOCO GRANDE!

AMALIO (MAYITO) SOLANO

Publicado en Internt. Página "Nuevas Plumas" de "El Tiempo" de Puerto La Cruz.
18/06/2010.

El escritor venezolano Rómulo Gallegos Freire nació en Caracas el 2 de agosto de 1884. Después de la muerte de Juan Vicente Gómez fue electo presidente, en 1947. Tenía el escritor 63 años de edad.Son muchas sus obras reconocidas, como Doña Bárbara, Reinaldo Solar, La Trepadora y Cantaclaro, entre otras.

Pero en su novela “Canaima”, Gallegos nos lleva a recorrer parte del Orinoco, donde el serviola de estribor al lanzar el escandallo (parte de la sonda que sirve para reconocer la calidad del fondo del agua) vocifera el sondaje diciendo: “nueve pies, fondo duro”.Y siguiendo la ruta llegaron hasta las Bocas del Orinoco, para hablarnos de una ceja de manglares flotantes, de color negro en el turbio amanecer y de las aguas del río que ensucia el mar saturando de olores terrestre y el aire yodado.

El barco siguió su rumbo y el serviola volvió a medir, observó que a los ocho pies el fondo es blando. De pronto, una bandada de aves marina llegó del sur y, sorprendido, Gallegos escribió: “Parece un rosario del alba en el silencio lejano”. Y a lo largo de la barra se pudo ver una cresta de ola fangosa que corría, mientras las aguas del mar aguantaban el empuje del río.En otra medida del serviola, encontró que todavía a los ocho pies el fondo ya era duro y se pudo observar los destellos de la aurora y los arreboles bermejos, mientras los manglares se tornaron verdes. Y a los nueve pies, el fondo era blando.

Gallegos escribió: “hacia el mar que despierta al ras del horizonte y con el ojo fúlgido continuaban saliendo las bandadas de pájaros; aquellas que madrugaron, revoloteaban sobre las aguas centelleantes como los alcatraces grises, que nunca se sacian; las pardas cotúas, que siempre se atragantan; las blancas gaviotas voraces del áspero grito, y las negras tijeretas del ojo certero en la flecha del pico”.La embarcación parecía flotar en la espesura del río cuando el escritor, sumergido en su pensamiento, de pronto escuchó la voz del serviola que lo hizo salir de su escrito en la libreta, al escucharlo decir: “Nueve pies, el fondo es duro”.

Gallegos continuó escribiendo, estampando toda la belleza que sus ojos pudieron observar como las garzas, las corocoras rojas y las chusmitas azules y blancas que volaban los esteros.Sorprendido por tanta belleza de aves escribió: “Eran tantas las aves, que parecía que no había espacio para más, pero seguían llegando en largas bandadas de vuelo”.Cuando el serviola lanzó el escandallo para nuevamente medir el fondo dijo: “diez pies, y el fondo es duro”. De pronto los bruscos maretazos de las aguas tranquilas acabaron y se abrieron los manglares en bocas tranquilas, ya no se escuchó más el canto de sondaje y comenzó el maravilloso espectáculo de los caños del Delta.

Gallegos no dejaba de escribir mientras la embarcación avanzaba sobre las aguas del Orinoco. Los manglares le pareció que eran matorrales de ramas adultas y los creyó maraña bravía que perdió la verde piel de niña que no mama del agua, sino que muerde las savias de la tierra cenagosa.Se oyó a los pájaros entonar su canto de selva y en la espesura adentro, iban quedaban las huellas de las bestias. La mirada inquietante de Gallegos de pronto se detuvo, para mirar tanto el colorido y la variedad de canto de las pequeñas aves.

Luego siguió escribiendo: “los arrastraderos de los caimanes hacia la tibia sombra internada, para el letargo después del festín que ensangrentó el caño: senderos abiertos a planta de pie, las trochas del indio habitador de las marismas; (y las) casas tarimbas de palma todavía sobre estaca clavada en el bajumbal”.Todo era parte del paisaje que se podía observar en los caños deltanos, por donde desembocan las aguas del río padre, donde también se apreció la hermosura de un amanecer que extrañaba los gripos de los indios.No pasó mucho tiempo cuando la brisa mañanera de unos manglares que ya recobraron su color, permitió que los visitantes oyeran aquellos gritos, los que al escritor le parecieron que eran gritos de un lenguaje naciente.

Eran los indios guaraúnos del bajo Orinoco, que salieron al encuentro del barco en sus pequeñas curiaras, por los caños angostos y mientras ellos remaban, los caimanes se zambullían. ¡Caños! ¡Caños! Dijo admirado Gallegos. Y en su recorrido por esos caños encontró que es un maravilloso laberinto de callada travesía de aguas muertas con el paisaje en el fondo. El paisaje compuesto de palmeras, teniches, caratas y moriches, a las que el viento les peina la cabellera india y el turpial les prende la flor del trino…

Los caseríos comenzaron a verse, y el paisaje empezó a cambiar su rostro, cuando un chubasco de esos que nunca faltan amenazó con caer. La tiniebla entre los manglares se iba dejando ver hasta que cayó la lluvia y el caño, sintiendo aquellas inmensas gotas que, como piedras le caían hiriéndolo, se creyó que el cielo se había ensañado contra el.…”!Agua de monte a monte! ¡Agua para la sed insaciable de las bocas ardidas por el yodo y la sal! ¡Agua de mil y tantos ríos y caños por donde una inmensa tierra se exprime para que sea grande el Orinoco!”.

Y al caer la tarde se pudo apreciar el trabajo que el sol había realizado, al decorar el cielo después de aquella lluvia que penetró hasta las escondidas y enredadas raíces de los manglares en aquellos caños. “!Orinoco pleno, Orinoco grande!” terminó exclamando Gallegos, en el pórtico de su libro Canaima.

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